Enraizadas en emociones profundas, como el miedo y la indignación, las teorías conspirativas encontraron en las plataformas digitales un propulsor que las hizo más populares que nunca. ¿Por qué hay que cuidarnos de ellas y qué podemos hacer para garantizar la fiabilidad de nuestras posturas?
¿Cuántas veces has visto una fotografía de la Tierra tomada desde el espacio? El ser humano hizo esto posible desde el 24 de octubre de 1946, cuando militares y científicos estadounidenses lanzaron un misil equipado con una cámara desde White Sands, en Nuevo México.
Sin embargo, fue hasta 1972 cuando apareció The Blue Marble (La canica azul), la primera foto que ofrece una vista completa del planeta y muestra toda su circunferencia.
¿Necesitó el ser humano de fotografías para saber que la Tierra es redonda? No, por supuesto. El filósofo griego Pitágoras fue uno de los primeros en considerarlo desde el siglo VI a. C. Cien años después, se sumó Platón y luego Aristóteles, quien encontró mejores argumentos para defender esta postura.
La idea siguió evolucionando hasta que, entre 1519 y 1522, la teoría se confirmó en la práctica gracias a una expedición liderada por el portugués Fernando de Magallanes, que circunnavegó el planeta. ¿Cómo entender, entonces, que en pleno siglo XXI, millones de personas aseguren que la Tierra es plana?
Los terraplanistas –como se conoce a quienes asumen esta postura– son solo uno de muchos grupos conocidos como “negacionistas”, "conspiranoicos" (término más bien despectivo) o adeptos a las llamadas teorías de conspiración. Su esencia: negar versiones oficiales de lo que sea, así sean momentos históricos o conquistas de la ciencia. Aquí mencionaremos solo algunos de ellos y hablaremos sobre lo que hay detrás de estas posturas.
¿Necesitó el ser humano de fotografías para saber que la Tierra es redonda? No, por supuesto
Para el politólogo Joseph Uscinski, autor del libro American Conspiracy Theories (Oxford, 2014), nadie está exento de creer en teorías conspirativas, por una razón muy simple: hay demasiadas.
Chris French, Jefe de la Unidad de Investigación de Psicología Anomalista en Goldsmiths, Universidad de Londres, señala que, según las estadísticas demográficas, “la creencia en conspiraciones atraviesa las clases sociales, el género y la edad”. En otras palabras, no existe un perfil específico de adeptos a estas teorías.
Si este tipo de creencias son tan tentadoras no es por la contundencia de sus argumentos, claro está, sino por tener su raíz en emociones profundas. Para Rafael Bisquerra, autor del libro Universo de Emociones (2011) y presidente de la Red Internacional de Educación Emocional y Bienestar (RIEEB), detrás de la propagación de bulos o fake news se pueden identificar tres emociones predominantes: sorpresa, miedo e ira.
Por otro lado, tras las teorías conspirativas, siempre hay historias sobre el bien y el mal que son tratadas más allá de lo falso o verdadero. Quien abraza estas teorías lo hace convencido de estar en el bando de los buenos. Y aquí aparece otra emoción de alta intensidad: la indignación, que guarda un estrecho parentesco con la ira y el miedo, según Bisquerra.
Para los terraplanistas, las pruebas de que la Tierra es redonda son mentiras formuladas por una “élite mundial que gobierna en la sombra”, dice Oliver Ibañez, autor del libro Tierra plana: la mayor conspiración de la historia (2016), y dueño de La verdad al descubierto, un canal de YouTube con casi 500,000 suscriptores.
Vayamos al meollo: si creemos que existe una “élite mundial que gobierna en la sombra”, capaz de inventar cualquier cosa para manipular al mundo y beneficiarse con ello, ¿queda alguna duda respecto a quiénes son los malos de la historia? Y si así fuera, ¿cómo podríamos permitir que se salieran con la suya? ¿Sería indignante, no es cierto?
Si este tipo de creencias son tan tentadoras no es por la contundencia de sus argumentos, sino por tener su raíz en emociones profundas
Así como existen quienes se niegan a creer en la redondez de la Tierra, muchos otros grupos han asumido posturas negacionistas con un trasfondo similar: la convicción de que, detrás de ello, hay un grupo de poder que se beneficia con nuestra credulidad.
Esta misma base sostiene a quienes niegan que la COVID-19 exista o sea realmente grave. También a quienes creen que el virus fue creado en un laboratorio para que “alguien” se enriqueciera vendiendo vacunas o tratamientos antivirales. Distintas evidencias han mostrado una realidad distinta.
En otros ámbitos, esta postura sostiene a quienes niegan el cambio climático y sus consecuencias, así como (diferencias aparte) a los simpatizantes de QAnon, el grupo de extrema derecha convencido de que existe un plan de ataque contra Donald Trump y sus seguidores.
En este último caso, según sus afiliados, el expresidente norteamericano lleva años investigando una red internacional de tráfico sexual de niños que involucra a actores de Hollywood y políticos de alto rango, como Barack Obama y Hillary Clinton. El movimiento, que representa un frente a favor del republicano, ha extendido su presencia a España y Latinoamérica, convirtiéndose en una auténtica amenaza global –podemos encontrar una muestra de ello en el asalto al Capitolio, perpetuado el pasado 6 de enero–.
Detrás de todas estas posturas y grupos de personas, aparece el mismo trío de emociones ya señalado: motivados por el miedo, la sorpresa, la ira o la indignación, constituyen su fortaleza en la sensación de estar del lado de los buenos y en oponerse a quienes consideran que los engañan o someten (lo que nos devuelve a la idea del miedo). Es importante decir que no se trata necesariamente de personas ignorantes: solo sostienen y confirman una postura basada en su propia creencia.
Los grupos anticiencia están convencidos de que hay un grupo de poder que se beneficia con nuestra credulidad
Aunque las teorías conspirativas han existido siempre, nunca habían tenido tanta fuerza como ahora, con el poder de las plataformas digitales. Los propios medios han visto en ellas una gallina que pone huevos de oro tras advertir el impacto que generan en sus audiencias.
Titulares como “Después de esto no querrás amarrarte el cabello mojado” o “Después de ver este video no querrás volver a comer plátano” (¡son reales! Los puedes googlear) se presentan ante la audiencia como una irresistible invitación a hacer clic. Estos titulares sensacionalistas o banners con publicidad engañosa son muy utilizados como anzuelos para generar visitas en una página web. Esta mala práctica, conocida como clickbait, generalmente conduce a contenidos insustanciales, engañosos o falsos.
Por sus características, el clickbait es un recurso que suele alimentar estos movimientos conspirativos, al valerse del morbo, la indignación, la ira y el miedo para atraer la atención de los lectores (puntos para Bisquerra).
Para Alejandro Romero Reche, sociólogo de la Universidad de Granada, estas posturas representan un peligro social cuando hay que consensuar decisiones sobre asuntos que afectan a todos, como el cambio climático o la pandemia de COVID-19. Negar la existencia del virus o evitar los autocuidados, por ejemplo, podría ponernos en peligro a todos.
“Habría que reforzar la confianza en la ciencia y, en general, en las instituciones”, señala Romero Reche. “Y lo primero que tendrían que hacer las instituciones para que podamos confiar en ellas es no darnos motivos para desconfiar. Cuanto mejor funcionen, más indefendible es la posición negacionista”.
La propuesta de Romero Reche tiene mucho sentido pero... ¿qué podemos hacer para no depender de que las instituciones hagan su parte? ¿Cómo reforzar esa confianza en la ciencia a la que se refiere, para no ser presas fáciles de engaños ni de posturas potencialmente peligrosas?
El ejercicio periodístico tiene una buena práctica para verificar información que podríamos adoptar como lectores. Consiste hacernos tres preguntas fundamentales, cada vez que llegue a nosotros una de esas noticias sorprendentes:
Por otro lado, identificar las emociones que nos llevan a desacreditar información ya validada por instancias facultadas –como hemos hecho en este artículo– puede ser de gran ayuda para evitar que vuelva a ocurrir. A fin de cuentas, conviene tener presentes las palabras del gran Bernard Shaw: “Cuidado con el falso conocimiento, es más peligroso que la ignorancia”.
1.- La canica azul - National Geographic
2.- Terraplanistas del coronavirus - El Diario
4.- El quién es quién del coronavirus - El País
5.- Grupo conspirador QAnon - El Diario
6.- Crisis de desinformación - New York Times